Noche está sentada en el sofá, con las manos apoyadas en las piernas y la mirada al frente. B, desde el sillón de orejas, contempla la nada que se extiende infinita ante él. Entonces dice
—
¿Y tu amigo?
—
No sé nada de él desde hace
dos meses.
—
Mucho tiempo.
—
Sí. Nunca había pasado tanto
sin hablarme.
—
Quizá no tenga nada que
decir.
—
No hace falta decir nada para
estar juntos.
—
Los hombres como él necesitan
tener cosas que decir.
—
Tú no.
—
Al contrario: está en mi
naturaleza tener qué decir. Por eso suelo callar.
Noche abandona su envarada postura y se
hace un ovillo en el sofá. Cuando parece que se está quedando dormida, dice
—
¿Volverá?
—
Seguro que sí. Y lo hará
cargado de nuevas historias.
—
¿Cómo lo sabes?
—
Porque quiere ser yo.
—
Pero no puede.
—
Ya, pero él aún no lo sabe.
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