B. anda con el amplificador de sueños. El Profesor está sentado en el sillón de orejas, leyendo. Noche, detrás del sillón, con los antebrazos apoyados en el respaldo, mira a B. Dice
— ¿Por qué crees que lo hace?
— ¿?
—
¿Por qué crees que B. usa el
amplificador de sueños? ¿Por qué crees que se empeña en proyectar esas
imaginaciones suyas de la pampa y sus pamperos?
—
Ya habíamos hablado de eso y…
—
Sí, ya, la búsqueda del otro
y todo eso, pero resulta que B. es ciego. No ve nada, ni la pampa ni a sus
pamperos. ¿Por qué entonces…?
—
No me atrevería a decir qué
es lo que ve o no ve B. Quizá perdió la vista por lo mismo que Beethoven perdió
el oído. Quizá sus sentidos se atrofiaron de tanto que vio y oyó con su mente.
Quién sabe si el cristal también proyecta en su mente.
—
Te estás volviendo fantasioso.
—
Poético.
—
No: fantasioso.
B. separa sus dedos del cilindro de
cristal, levanta la cabeza y les mira con sus ojos ciegos.
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