Noche y el Profesor hojean juntos un pequeño pero grueso volumen. En la pantalla extradiegética aparecen fotografías de Karl Blossfeldt: el retoño de acónito, los zarcillos de nuez blanca, la hoja joven de aspidistra...
—
¿No te recuerdan a Giger?
—
Noche, ves aliens por todos sitios.
—
Fíjate bien.
El Profesor pone cara de concentrarse, aunque
pronto relaja el gesto, levanta las cejas y dice
—
Bien mirado...
—
Míralo así —dice Noche—: si
Giger hace biología con lo mecánico, Blossfeldt hace mecánica con lo biológico. Sus imágenes son frías, estáticas,
en blanco y negro. Convierte las plantas en máquinas. Frutos,
bayas, ramas, hojas, semillas… —dice Noche mientras señala distintas
fotografías—, ¿no te parecen piezas de un mecanismo? Les quita el color, el movimiento, joder, si hasta parece que les
quita el jugo. No hay biología. Solo deja la forma.
Por eso parece que estamos viendo por primera vez lo que hemos visto mil veces.
El Profesor, sin mover la
cabeza, mira de reojo a Noche. De vuelta al libro, dice
—
¿No salían imágenes de estas
en la publicidad de…?
—
Ni lo menciones —comenta
Noche con evidente irritación.
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