El Profesor piensa con los ojos cerrados en el sillón de orejas. Noche está viendo en la televisión los créditos finales de El día de la marmota. Dice
—
Es fascinante.
—
Precisa.
—
Cada día, a la seis de la
mañana, todo comienza de nuevo. Da igual lo que hagas: a las seis de la mañana suena
el despertador y todo vuelve a empezar exactamente en el mismo punto. Al
repetirse el mismo día una y otra vez el tiempo deja de tener sentido. Al
reiniciarse cada mañana los acontecimientos dejan de tener consecuencias. No
hay causalidad. No hay, y eso es lo que me llama la atención, moral que valga.
¿Qué más da que asesines si mañana el muerto amanece vivito y coleando y sin
recuerdo de agresión alguna? No hay diferencia entre un acto otro: a fin de
cuentas todo queda olvidado a las seis de la mañana del día siguiente.
—
La abolición del tiempo
supone la abolición de la ética.
—
Justo eso quería decir, Profesor.
—
La película planteará un
conflicto.
—
El protagonista recuerda. Es
el único que recuerda, pero lo recuerda todo.
—
Eso es interesante. Lo que le
limita le hace libre. Vive enclaustrado en un bucle sin fin, pero en cada ciclo
es absolutamente libre: ¿te imaginas ser absolutamente libre?
—
Ese es el asunto, que no me
lo imagino. Tampoco lo hace el director, por cierto.
—
No se atreve.
—
No.
—
¿Cómo termina la película?
—
Mejor lo dejamos.
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