El Profesor agarra la copa de vino como si
se tratara de un salvavidas.
—
Noche, ¿cuánto tiempo
llevamos cenando?
—
Semanas.
—
Eso me parecía. Pero apenas
hablamos, ¿no?
—
Señal de que ya nos lo hemos
dicho todo.
—
Pero eso no puede ser. Hay
tantas cosas de las que hablar, tantas películas, tantos libros…
—
Sí, pero sorpresas no hay
tantas. Entre tú y yo siempre ha habido una sorpresa.
—
Todo esto me resulta
conocido. Tengo un recuerdo, el de una mujer que me dejó. Me dio muchas
razones, pero yo siempre he creído, o creo haber creído, que la razón, la única
razón, es que se me acabaron las historias.
—
Es real, es algo que me contó
alguien a quien conocí.
—
Se me han acabado entonces
las sorpresas.
—
Ha sido maravilloso.
—
Pero se me han acabado las
sorpresas.
—
Sí.
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